Un viaje a Nicaragua…un viaje a la cooperación_

Este año hemos contado con la colaboración de David Ruiz de Gopegui, educador ambiental afincado en la comarca aragonesa de la Jacetania, quien ha participado en uno de nuestros proyectos en Nicaragua. David nos escribe sobre su experiencia y nos la ilustra.

Una canción me hace soñar con los olores de un país que aún no conozco. Nicaragua me espera. Un viaje largo al otro lado del mundo; bueno, de este mundo, el nuestro. Quiero ver un mundo que tiende la mano, que sale a la calle y que se siente
comprometido contra las injusticias que nos rodean.

Me regalan consejos de unos y otros, de gente que ya ha conocido esta y la otra Nicaragua, consejos que me alimentan y otros que me quitan el hambre. Nicaragua, porque no, si siempre seremos esponjas sedientas de ser “empapadas” de experiencias nuevas. Así aterrizo en el aeropuerto de Managua.

Gracias Nicaragua, gracias a toda esa familia que la fundación recoge
y gracias por brindarme esta oportunidad que me hace seguir convencido de que “una mano que
ayuda es una mano que no golpea”.

Me llamo David y me gusta observar más que mirar, me gusta preguntar y me gusta escuchar y construir. A veces lo hago “montado” en mi cámara de fotos que me permite viajar y compartir. Esta vez ha sido una de estas veces. Y tras años enredado en el tejido social de Zaragoza y del Pirineo, de pequeñas aventuras de ayuda directa en los Himalayas de Nepal donde suelo viajar a menudo, esta vez me acomodo en Nicaragua que tantas cosas tiene que mostrarme. Y allí me esperan los mejores navegantes en este mar de la cooperación: el equipo de Familias Unidas y sus contrapartes.

Me levanto al cobijo del hotel “Los Arcos”, en la ciudad de Estelí, campo base donde hace 26 años la Fundación Familias Unidas comenzó a trabajar con sinergias que implican a la población local de este trocito de Centroamérica. Así lo voy  digiriendo.

Me encuentro sorprendido por las sonrisas que me rodean, la gratitud y la realidad de unos proyectos que aportan dignidad y
esperanza a muchos de los que las necesitan. Mi hipótesis sobre la relación entre la humildad y la capacidad para vivir el presente se vuelve a hacer real en las primeras visitas a familias que realizo. Me siento un afortunado. Apoyo a la educación, proyectos de mejoras de sistemas de agua, sanidad o nutrición…, y todo “cocinado” por un equipo de personas que me han abierto su casa y su realidad desde el primer momento.

He visto como pequeñas y grandes iniciativas se hacen realidad gracias al empuje de una cadena de eslabones que desde las sombras (tan necesarias en este país solariego) generan una frescura que las impregna de amor y compromiso. Comedores escolares de comunidades remotas en las zonas rurales. Aportaciones extraordinarias de material escolar como cuadernos, bolígrafos y “cositas” de esas que hacen sonreír a los niños, verdadero motor de este mundo. Un ambulatorio y laboratorio que camina al ritmo de las necesidades de la población local. Y el apoyo a esas “tortilleras” que mueven y levantan la economía y el motor del día a día de los y las nicaragüenses, con las que he compartido realidades tan variadas como la riqueza culinaria que regala el maíz en esta tierra. Para ellas mi gratitud y admiración.

Convencido así de que este mundo está lleno de manos, de ejemplos, de necesidades y de otro pequeño mundo mejor, que sin duda es posible. Espero que este abanico de imágenes os transporte a Nicaragua por un ratito. Ese es mi objetivo.

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